martes, 25 de mayo de 2010

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De a poco se vas animando, acercándose al borde. Cerca, cerca, cerca y nunca lo logra. Pero si se alejas un poco más, ahí sí, todos llegan y no saben porqué, no lo sabés. Le alejan de la cornisa, están ahí, detrás. Se van, bajan las escaleras con cuidado, escaleras llenas de arena.
El sol o el frío, el mar o la acera. Cuadras para sumar, un extravío qe es tan excitante como aterrorizante. La orilla del mar, el agua sobre los pies, el frío qe como una tajada de placer le penetra la piel. Siente, huele, toca, mira, se queda con la sed perforándole las mejillas.
Se desanima con los pasos que no pudo contar, momentos serán, extraviados tal papeles desprolijos sobre, dentro, de su casa qe ahora recuerda amarilla.
Pone un pie en un escalón, claro, el primero, y luego otro sobre el segundo, qe vendría a ser el anteúltimo. Y desiste, se sienta, respira y piensa en la absurda posibilidad callar su mente en ese mismo instante, o en ese. Muy pronto. Es ridículo tener presente la sorpresa a su espalda qe da al vacío del aire y de las gotas.
Enciende el velador, apaga la luz de techo y se recuesta sobre una cama qe es suya ahora y de otro luego de incontables respiros. Duerme o no duerme, pero siempre sueña.

R. . . Soledad .

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