jueves, 11 de octubre de 2012

José Sbarra?¿¿¿''....


Otoño. Que sea otoño. Que sea otoño y que llueva. Mucho. Que haya leños ardiendo en un
brasero. Y un gato. Que haya un gato y que sea negro y que mire de amarillo y  que se
enrosque y que nos enseñe un poco a vivir. Pero por sobre todas las cosas que sea otoño. Que
le falte un vidrio a la ventana. Que entren por ese hueco la lluvia y el frío. Que tengas ganas de 
besarme. Muchas ganas. Que un hombre te espere en otra parte. Que sea otra vez otoño.
Otoño y Que llueva. Y que no vayas. Que te quedes conmigo. Que sea otoño otra vez y que te 
quedes.



No.
Yo no fui el arquitecto de mi propio destino, ni el musicalizador, ni el director de fotografía, ni la 
cortadora de negativos, ni el maquillador. Yo no fui el arquitecto de mi propio destino. No me 
dejaron alcanzar un balde de sangre para llenar alguna vena, ni siquiera pude dar una mano 
para que lo pusieran de pie a mi esqueleto. Nada. No fui invitado a la inauguración de tan 
precario y fundamental monumento. No me pidieron ni la más breve opinión, ni siquiera un sí o 
un no dados con la cabeza. Participaron todos menos yo. Se metieron sin que los llamara. Se 
atribuyeron grados de parentesco, derechos y afinidades. Asistieron a mi entronación para 
vestir de fiesta sus egoísmos, tal vez porque  tampoco a ellos les habían permitido ser los 
arquitectos de sus propios destinos.
Intentaron convencerme de que yo era el arquitecto de mi propia vida cuándo ya me habían 
rajado los cimientos, retorcido las columnas, aplanado la bóveda. tapiado los ventanales, 
humedecido los sótanos, oscurecido las claraboyas y entristecido las raíces del jardín.
Hubo uno que escribió que había sido el arquitecto de su. propio destino. Allá él con su 
andamiaje. Yo no construí nada. No fui el diseñador de la catedral de mi culo ni del burdel de 
mi alma.



Cuántas veces te besé, pequeña. Cuántas veces mi lengua llenó tu boca, la recorrió como una 
fiera asustada y se quedó largo rato sin ganas de salir de tu cueva. Cuántas veces mojé tus 
párpados y tus piernas, y tu espalda y tu entrepierna y tus labios verticales. Cuántas veces tuve 
miedo y felicidad de tenerte y de perderte. Cuántas veces te llené los pulmones con el humo 
de mi tabaco. Cuántas veces te aprisioné en tu cuerpo. Cuántas veces secuestraste mi sexo 
entre las paredes húmedas de tus cavernas y me hiciste saber que nada tenía importancia, que 
no importaba si la vida me andaba bien o me andaba mal o no me andaba. Cuántas veces no 
importó nada más que tu mirada y tus increíblemente flacos brazos. Cuántas veces lloraste y 
cuántas fuiste sólo una pequeña huérfana que se dejaba sodomizar hasta quedarse dormida.




En la oscuridad las palabras golpean contra las paredes. No me dejes. Retumba en el ciclo 
helado su voz diciendo no me dejes.
Caen pesados, heridos de muerte de amor, los sonidos de las palabras en una profundidad sin 
oídos. Un perderse para siempre en el vacío. Un herirse la piel con el filo de la luna. Un 
golpearse contra la indiferencia. Una explosión de venas, huesos y células 
en 
algún 
rincón 
del 
pecho. El dolor impulsando una reacción en cadena. El dolor multiplicando una figura mutilada 
en infinitos espejos. No. Me. Dejes. Un apagarse todas las estrellas de dos en dos de diez en 
diez de mil en mil. No me dejes no me dejes no me dejes.



¿Cómo junto todos los pedazos? No me dejes. Tenés que quedarte conmigo porque solo vos 
sabes si creo en algo a veces. Tenés que quedarte para decirme si está bien o si está mal o si 
no es asunto mío. Tenés que quedarte para decirme quién soy, para que no lo olvide, para que 
no me lleve un rayo hacia el centro de la tierra. No podes irte porque sólo vos sabes si quiero 
seguir viviendo. No me dejes.
Aunque todo sea incierto pedime que salte (yo cambio la música por oír tu voz), pedime que 
salte en la oscuridad pero no me dejes.
No me dejes.








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